Las personas de hoy en día menos precian a las ánimas, pero en los relatos de nuestros abuelos decían que eran adoradas al igual que un santo, se representaban en retablos de madera o en láminas de metal con las ánimas de nuestro antepasados éstos eran llamados cimientos, por está razón en está hermosa leyenda colonial explica el culto a las benditas ánimas.
A Comienzos del siglo XVII en al templo de Santa Catarina Mártir, en la calle del mismo nombre y ahora llamada Brasil, tenía a un sacerdote secular llamado Gabriel Denia. Un cura de fisonomía delicada, amable y humilde. Con humildad se dedicaba a los oficios religiosos de Santa Catarina por ser devoto de la virgen mártir. Nada extraño tenía el cura Denia, hasta que se comenzó a hablar de el diciendo que a horas de la noche celebraba misteriosos actos religiosos en el interior de su templo, con las puertas celosamente cerradas desde su interior.
las personas que por curiosidad pasaban por la noche cerca del templo juraban haber oído murmullos de personas en conjunta oración y letanías dedicadas a los muertos con la voz opacada del cura Denia, otras decían que celebraba la santa misa a media noche pero nadie veía entrar ni salir a nadie del templo.
El suceso había llegado también a los alrededores pues ya no eran pocos los que se acercaban a curiosear al templo.
Uno de estos curiosos era el regidor Félix Salcedo de Villalba y un tal licenciado don Martín Zimbrón, ambos hombres y amigos de reconocido valor. Se comentaban se docenas de lances amorosos y duelos a muerte con espadas en callejones detrás del convento de San Diego lugar donde tuviera encuentros la monja Alférez, estos dos amigos el regidor y el licenciado quienes envueltos en fuertes apuestas con amigos. Prometieron desentrañar el misterio del padre Denia del templo de Santa catarina Mártir.
Planearon una estrategia para resolver el misterio, por la tarde entraron al templo aprovechando la soledad del lugar se oculto el regidor en el rincón más oscuro debajo del coro y el Licenciado Zimbrón en el interior del confesionario. Ya ocultos los dos cuidaron el menor sonido, aguardaron hasta que la campanadas del templo tocaron a la medianoche, unos pasos resonaron dentro el templo y observaron una silueta acercarse al altar este encendió dos cirios y pudieron ver que era el cura colocó el misal sobre el altar cada uno de los hombres ocultos, veían cada movimiento del sacerdote. El cura junto las manos y comenzó a rezar el padre nuestro, en ese momento la nave del templo se lleno de murmullos de todos los rincones pero eran más frecuentes de los muros y altares parecían cientos de voces que decían "Santificado Sea Tú Nombre".
Ninguno de los hombres podía ver los autores de los rezos, hasta que veían figuras que se acercaba al altar unas de pie y otras de rodillas, los hombres pensaron de era personas humildes cuya indigencia les era imposible acudir a misa pero mayor fue su sorpresa al ver que las personas eran los mismos santos del altar, las figuras, las esculturas de santos y apóstoles pintados en los enormes cuadros clavados en los muros del templo, detrás de los santos se encontraban las almas en pena y las ánimas del purgatorio con los dedos encendidos como sí fueran ceras oraban al tono del sacerdote.
El temor de los hombres no se comparaba a nada, les era imposible creer tal acontecimiento que el sacerdote tuviera tal valor de mantenerse firme en sus oraciones.
El regidor Villalba no pudo resistir pegando un grito cayó al suelo desmayado, después grito el licenciado Zimbrón que estaba dentro del confesionario.
Con esos gritos rompió el compás de las almas, los santos regresaron a sus pedestales y apóstoles a sus retablos y las ánimas desaparecieron lo más probable que regresaran al purgatorio.
Alumbrándose con un cirio el padre Denia fue a auxiliar al regidor y después al licenciado que pataleaba dentro del confesionario quiso ayudarles al darles de beber vino consagrado con agua pero los dos no podían abrir la boca.
Finalmente el padre salió del templo para pedir auxilio, hasta que se encontró con la ronda a quienes al cura contó que los caballeros quedaron dentro del templo y sufrieron un desmayo.
Los alguaciles conocían a los hombres y los llevaron a sus respectivas casas aún diciendo incoherencias.
Según los registros virreinales el regidor Villalba murió dos meses después sin haber recobrar lo razón en sus palabras siempre tenía los santos arrodillados junto al padre Denia y las ánimas del purgatorio habían ido a escuchar misa en el templo de Santa Catarina.
las personas que por curiosidad pasaban por la noche cerca del templo juraban haber oído murmullos de personas en conjunta oración y letanías dedicadas a los muertos con la voz opacada del cura Denia, otras decían que celebraba la santa misa a media noche pero nadie veía entrar ni salir a nadie del templo.
El suceso había llegado también a los alrededores pues ya no eran pocos los que se acercaban a curiosear al templo.
Uno de estos curiosos era el regidor Félix Salcedo de Villalba y un tal licenciado don Martín Zimbrón, ambos hombres y amigos de reconocido valor. Se comentaban se docenas de lances amorosos y duelos a muerte con espadas en callejones detrás del convento de San Diego lugar donde tuviera encuentros la monja Alférez, estos dos amigos el regidor y el licenciado quienes envueltos en fuertes apuestas con amigos. Prometieron desentrañar el misterio del padre Denia del templo de Santa catarina Mártir.
Planearon una estrategia para resolver el misterio, por la tarde entraron al templo aprovechando la soledad del lugar se oculto el regidor en el rincón más oscuro debajo del coro y el Licenciado Zimbrón en el interior del confesionario. Ya ocultos los dos cuidaron el menor sonido, aguardaron hasta que la campanadas del templo tocaron a la medianoche, unos pasos resonaron dentro el templo y observaron una silueta acercarse al altar este encendió dos cirios y pudieron ver que era el cura colocó el misal sobre el altar cada uno de los hombres ocultos, veían cada movimiento del sacerdote. El cura junto las manos y comenzó a rezar el padre nuestro, en ese momento la nave del templo se lleno de murmullos de todos los rincones pero eran más frecuentes de los muros y altares parecían cientos de voces que decían "Santificado Sea Tú Nombre".
Ninguno de los hombres podía ver los autores de los rezos, hasta que veían figuras que se acercaba al altar unas de pie y otras de rodillas, los hombres pensaron de era personas humildes cuya indigencia les era imposible acudir a misa pero mayor fue su sorpresa al ver que las personas eran los mismos santos del altar, las figuras, las esculturas de santos y apóstoles pintados en los enormes cuadros clavados en los muros del templo, detrás de los santos se encontraban las almas en pena y las ánimas del purgatorio con los dedos encendidos como sí fueran ceras oraban al tono del sacerdote.
El temor de los hombres no se comparaba a nada, les era imposible creer tal acontecimiento que el sacerdote tuviera tal valor de mantenerse firme en sus oraciones.
El regidor Villalba no pudo resistir pegando un grito cayó al suelo desmayado, después grito el licenciado Zimbrón que estaba dentro del confesionario.
Con esos gritos rompió el compás de las almas, los santos regresaron a sus pedestales y apóstoles a sus retablos y las ánimas desaparecieron lo más probable que regresaran al purgatorio.
Alumbrándose con un cirio el padre Denia fue a auxiliar al regidor y después al licenciado que pataleaba dentro del confesionario quiso ayudarles al darles de beber vino consagrado con agua pero los dos no podían abrir la boca.
Finalmente el padre salió del templo para pedir auxilio, hasta que se encontró con la ronda a quienes al cura contó que los caballeros quedaron dentro del templo y sufrieron un desmayo.
Los alguaciles conocían a los hombres y los llevaron a sus respectivas casas aún diciendo incoherencias.
Según los registros virreinales el regidor Villalba murió dos meses después sin haber recobrar lo razón en sus palabras siempre tenía los santos arrodillados junto al padre Denia y las ánimas del purgatorio habían ido a escuchar misa en el templo de Santa Catarina.
En cuanto el licenciado Zimbrón no pudo olvidar tal terrible suceso se refugio en el Convento de San Francisco en donde se cuenta que murió con arrepentimiento años más tarde, en tanto al padre Denia continuo algunos años más se cuenta que posiblemente siguió oficiando la misa de las ánimas hasta que murió a la edad de 78 años, su cadáver fue sepultado en el atrio de la que fue su parroquia, el actual templo de Santa Catarina Mártir.
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